La vaca es uno de los iconos más famosos de India. Rara es la postal, o documental en que no aparezca al menos de fondo. Es habitual verlas recostadas en la carretera o en la calle mientras son esquivadas por un atasco de vehículos, caminando sobre la acera junto al resto de peatones, merodeando entre los puestos de un mercado o esperando graciosamente un semáforo.
Vagan a sus anchas pese a tener, frecuentemente, dueño. Una paradoja para el ojo extranjero que no entiende cómo en un país donde la pobreza material a veces es notoria, es tan evidente que este animal tiene un trato preferencial. ¡Incluso están protegidas por la ley!
Son muchos quienes hablan de la vaca como un animal sagrado, y otros de que es simplemente respetado. ¿A qué se debe esta discordia? ¿Por qué no hay una respuesta clara? ¿Qué tiene este rumiante de especial? ¿Depende la respuesta de a quién se le pregunte? Lo cierto es que no hay una explicación clara y concluyente, sino varias ideas que, como suele ser habitual en un país tan complejo, se entrecruzan.
La sacralidad de la vaca tiene uno de sus orígenes en el dios Krishna, uno de los más conocidos y venerados en el país, que suele aparecer representado en escenas bucólicas rodeado, como habrás podido imaginar, de vacas. El propio Krishna es habitualmente referido como Gopala, un «niño vaquero» que vive en Gokalam, el «mundo de las vacas», paraíso que comparte con las «gopis»: devotas de este dios que, como no podía ser de otra manera, son también vaqueras.
Quienes apuntan a un motivo pragmático, aluden que la vaca resulta mucho más útil y económicamente rentable viva que muerta, pues además de servir como fuerza motor en los campos de un país eminentemente agrícola, provee de los cinco productos en que se basaba la antigua economía india: leche, mantequilla, yogur, orina y estiércol. Si te lo estás preguntando, la respuesta es sí: en India se siguen usando a diario todos ellos, siendo los tres primeros consumidos como alimentos, la orina aplicada como desinfectante y el estiércol quemado como combustible. Cuando los gobernantes del país se apercibieron de ésto, vincularon sus motivos prácticos con los religiosos para que la vaca quedase tan protegida como la economía y bienestar de sus habitantes. Por cierto, una forma habitual de mostrar respeto por el animal consiste en ingerir una cantidad simbólica de los cinco, así que no te asustes si en la puerta de algún templo alguien te ofrece una boñiga o polvo hecho a base de ésta.
Hay además quien afirma que las vacas tienen cuatro ubres: una para su propia cría, una para saciar a invitados (como pájaros u otros animales que puedan necesitar su leche), una para el uso en ceremonias rituales y otra para el consumo de su amo.
Pero, como decíamos, India es India, y procurar entender el país y a su gente sin preguntar a su religión mayoritaria no suele dar buenos resultados. El hinduismo considera a la vaca el ser más elevado, y de hecho es habitualmente tomada como una reencarnación previa a la de los humanos. Simboliza a la Madre Tierra y su abundancia, y por extensión, a la fertilidad. Además de la relación con Krishna de la que antes hablábamos, casi todas las deidades más importantes guardan alguna relación con el animal, y su imagen, siempre en inmaculado blanco, es frecuentemente representada en muchos templos. Cuenta la leyenda que Surabhi, uno de los tantos nombres de la endiosada vaca, fue enviada a la Tierra por el mismo Krishna para alimentar con su néctar a los hijos de la India y establecer una conexión entre ambos mundos.
Si bien muchos hindúes, ateniéndose a la «ahimsa» (precepto que impide ejercer violencia contra cualquier ser sintiente), siguen una dieta escrictamente vegetariana, sí consumen la leche de la vaca y cocinan con ghee, una mantequilla empleada en un buen número de platos indios. Su carne, como la de cualquier animal, es otra historia, y por supuesto jamás será consumida. Pero la cosa va mucho más allá, y llega hasta los tribunales. Buena parte de los estados de India prohíben por ley la matanza de este rumiante, y son sólo aquellos en los que la mayoría de su población no es hindú donde esta restricción no se aplica.
La libertad con la que las vacas campan por India les hace a veces entrar en tiendas, comerse la comida de los puestecillos o armar divertidos caos circulatorios. No se considera una falta de respeto ahuyentarlas, dándoles bien con la palma de la mano o bien con una vara, un golpe en el hocico. Y en la aparente incongruencia de ejercer violencia contra el sacro animal aparecen cual defensores los textos sagrados, recordando que incluso la venerada vaca mintió testificando a favor de Vishnu y en detrimento de Shiva, y por ello puede ser castigada con el golpecito.
Así, mitología y pragmatismo se unen una vez más dejando satisfechos a hindúes, políticos, ganaderos, gente de a pie e investigadores. La vaca no es sagrada, sino muy útil (y, por ello, respetada) por lo que la pregunta que todo el mundo se hace: «¿Por qué no son usadas como alimento?» tiene una explicación muy sencilla: ¡sacrificarlas equivaldría a matar a la gallina de los huevos de oro!